viernes, octubre 20, 2006

UN GRANO DE AZÚCAR

Las gotas de lluvia golpean el techo del bus y entran por la ventana de mi silla. Decido no cerrarla y dejar que me mojen un poco. Al fin que no llevo sentado a nadie a mi lado.
Todo el día ha pasado nublado y se ha ido lentamente en intervalos de lluvias, engañosas salidas del sol y remolinos de brisa.

Yo he vagado por este día. Salté charcos, me amarré el cabello para evitar que lo enredara la brisa y me protegí de la lluvia con mi pequeño paraguas. Me enfrenté al tiempo, al clima, no quería mojarme, no quería deshacerme como si fuera un grano de azúcar. Eso lo hice todo el día, mientras estaba contigo, con ellos, con ellas, mientras estaba acompañada.

Ya no estaba contigo, con ellos, con ellas, ya no estaba contigo. Ahora estaba sola frente al mar, frente al cielo nublado y a punto mojarme con la lluvia que avecinaba con regresar, pero alcance a tomar el bus.

En este instante las gotas golpean el techo del bus y entran por la ventana de mi silla, decido no cerrarla y que me mojen un poco. Al fin que no llevo sentado a nadie a mi lado. Solo quiero que la lluvia me acaricie, que la brisa me desordene el cabello, y ser un grano de azúcar disuelto.

¡QUE BACANO ES ANDAR EN BUS!

Tenía muchísimo rato que no escribía en mi Blog pero en vista de que se me ha presentado este pequeño tiempo libre, libre de perturbaciones y preocupaciones, pues he decido escribir algo y ese algo sobre los que les quiero contar lo he venido observando, sintiendo y viviendo todos los días en el transporte público de mi ciudad, Cartagena.

Para los que viven en ella no creo que sea nada raro, pero yo aspiro y no espero ser pretenciosa o ilusa, a que este Blog lo leen o lean personas por fuera de esta hermosamente caótica ciudad.
Solo quiero que se imaginen esta secuencia de historia, la cual contiene distintos episodios que le pasan a uno en un bus:

Son las doce del medio día en Cartagena. El sol está bien brillante, así que tienes que arrugar la frente porque el sol no te deja casi ni ver. Esperas el bus, no hay ni un árbol, ni un techo. No hay nada que evite que sientas la quemazón en tu piel. Sudas. Por fin llega el bus. Te subes y el único puesto vació está del lado donde pega el sol y es una ventanilla de emergencia, por lo tanto no te entra ventilación. Hay música a alto volumen. Suena un vallenato. Te esperan 45 minutos de camino hasta llegar a tu destino.

Se sube un vendedor de rosquitas. Luego uno de dulces. Las reparte a todos los pasajeros y empieza a decir: -¡el producto que les acabo de entregar en sus manos y en sus piernas son unos deliciosos dulces llamados Frunas. Uno le vale doscientos y para su mayor economía los tres en quinientos. La dama o caballero de buen corazón que me desee colaborar que Dios lo bendiga y gracias al señor conductor por dejarme trabajar!. Se dirige nuevamente a cada puesto y recoge las Frunas. Nadie le compra. Se queja y se baja del bus.

La buseta va lento, cuarenta kilómetros por hora es mucho. Sube más gente y sigue subiendo más gente. La buseta se llena, hay gente en los escalones de las puertas, hay hombres que van guindados de la misma, sólo logran aferrarse con un brazo. A tu lado, va un hombre de aproximadamente 38 años. Se ha quedado dormido, se cabecea hacia delante y hacia detrás hacia un lado y hacia “tu” lado. Lentamente toca su oreja con tu hombro y en un segundo nuevamente tiene la cabeza hacia el otro lado. Emite pequeños ronquidos. Suda él y tú también sudas.

La buseta ahora va rápido. Te alcanza a llegar un poquito de ventilación. Todos se agarran, se aferran a las sillas, a las barandas, a las puertas. La buseta va demasiado rápido. Frena secamente cada vez que puede. Su velocidad se debe a que va atrasada en relación al tiempo que le habían puesto en su turno. Pita incesantemente. Esquiva al resto de los carros. Empieza entonces a bajarse la gente que ya ha llegado a su destino. Gritan “parada” varias veces. La música no deja que el chofer escuche. La buseta frena bruscamente cada vez que se baja un pasajero. El sparring (ayudante del chofer) apura a las personas a que se bajen: - pilas, pilas, rapidito tía!. También le insiste a los que quedan de pie a que se corran: -¡por favor, en el medio hay espacio. Córranse!

La buseta ya llego al reloj. Como llego un poco atrasada, para que no la sancionen, el chofer extorsiona al encargado de controlar el tiempo de llegada. La buseta ahora va lento, mucho más lento que al principio. Montan más gente. El sparring insiste en que se corran. Alguien le grita: -¡oye donde mierda vas a meter a más nadie. Hazle segundo piso a esta vaina entonces! El resto de personas lo apoyan. Otros se quejan de que vaya más rápido, que respete el tiempo ajeno, que hace calor etc. Tú aún sudas. Quieres comprar agua pero no puedes porque la buseta esta llena y no tienes ventanilla abierta. Aun duerme a quien llevas al lado.

Con cierta sensación de felicidad ves que ya vas llegando a casa. Hay otras personas que empiezan a bajarse. Piden la parada cada menos de tres metros. Se bajan como gotas. Sientes que nunca vas a llegar. Te desesperas. Sudas. Por fin te pones de pie. Despiertas al que tienes al lado y éste asombrado grita: -¡nojoda me pase!. Pides la parada y te bajas. Aún sudas y como reacción tardía terminas riéndote del que tenías al lado. Luego piensas que mañana tendrás, de nuevo, que pasar por lo mismo. Se te quita la sonrisa y te armas de la carcasa de la resignación.

¡Esta es la vida cotidiana del Cartagenero promedio!